Este texto ha sido escrito para la jornada “Empresa y economía abierta” celebrada en Bilbao el 18 de febrero de 2011 y forma parte de la serie Economía Creativa para el Underground.


La burbuja de la innovación

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“The trouble with fiction...
is that it makes too much sense.
Reality never makes sense.”
Aldous Huxley

Cuando me refiero a la innovación como burbuja, lo hago en el mismo sentido que en las expresiones “burbuja inmobiliaria” o “burbuja de las puntocom”. Es decir, fenómenos de carácter especulativo y espectacular, impulsados artificialmente y con gran entusiasmo por los mismos agentes que se benefician de ellos y que surgen normalmente aprovechando una coyuntura favorable. Fenómenos que, por esa misma naturaleza de artefacto y por su alta dependencia de las condiciones coyunturales, suelen tener ciclos de vida cortos. Cuando aparecen nuevos elementos que modifican el contexto o simplemente cuando el fenómeno agota sus posibilidades de desarrollo, el movimiento expansivo acaba con la misma brusquedad con la que empezó. Es entonces cuando decimos que la burbuja ha estallado.

El discurso sobre la innovación ha conseguido captar la atención mediática, movilizar presupuestos y alzarse con mucha naturalidad como un nuevo valor social. Pero como buena burbuja, es un artefacto, es decir, un conjunto de elementos instrumentales impulsados artificialmente y puestos al servicio de una finalidad.

La innovación funciona como burbuja especulativa en la medida en que se basa en un artefacto de naturaleza discursiva y auto-referencial, en el que todo se juega en el plano del lenguaje: los símbolos, las narraciones y los mitos (en otros tiempos, diríamos propaganda) con los que nos contamos a nosotros mismos lo que ocurre a nuestro alrededor. Aunque se apoye en elementos racionalistas, hay que tener en cuenta que la economía no es una ciencia exacta sino una ciencia social, es decir, un ámbito de conocimiento cuyas herramientas intelectuales están más cerca de la psicología o la filosofía que de las matemáticas.

Con esto quiero decir que el analizarla como artefacto, desde el punto de vista de la producción de discurso, no es una aproximación excéntrica o periférica, sino central, puesto que se corresponde con su principal utilidad: fabricar una visión del mundo, con su imaginario, sus reglas de conducta y sus mecanismos de medición. Desde este punto de vista, tanto las ciencias económicas en general como la innovación en particular son campos de saber instrumentales que cumplen una doble función: aportar una descripción de la realidad (una cosmovisión) y proporcionar pautas de actuación para desenvolvernos en ella (una agenda o una hoja de ruta).


Estos son algunos extractos de un artículo de Le Monde que en mi opinión contiene algunas buenas ideas para desmontar “los clichés occidentales que impiden percibir las profundas mutaciones del mundo árabe”. La traducción es mía, rápida y posiblemente patosa, así que agradezco cualquier sugerencia para mejorarla *.

El autor, Olivier Roy, es profesor de filosofía, director de investigación en el CNRS (Centro Nacional de Investigación Científica) de París, investigador asociado en el Centro de Investigaciones y Estudios Internacionales de Ciencias Políticas, director del Programa Mediterráneo del Instituto Universitario Europeo de Florencia y autor de los ensayos “El islam mundializado” (2002) y “La santa ignorancia” (2008).


Revoluciones post-islamistas
Olivier Roy. Le Monde, 13.02.11
[Artículo original en francés]


La opinión pública europea interpreta los levantamientos populares en el norte de África a partir de un esquema de hace treinta años: la revolución islámica de Irán. En consecuencia, espera ver a los movimientos islámicos, en concreto a los Hermanos Musulmanes y sus equivalentes locales, a la cabeza del movimiento o en la posición de emboscada, dispuestos a tomar el poder. Pero la discreción y el pragmatismo de los Hermanos Musulmanes sorprenden e inquietan: ¿dónde están los islamistas?

Si observamos a quienes han lanzado el movimiento, es evidente que se trata de una generación post-islamista. Los grandes movimientos revolucionaros de los años 70 y 80, para ellos es historia antigua, la de sus padres. A esta nueva generación no le interesa la ideología: los eslóganes son todos pragmáticos y concretas (¡vete!); no hacen llamamientos al islam como sus predecesores en Argelia a finales de la década de los 80. Expresan ante todo un rechazo de las dictaduras corruptas y una demanda de democracia. Esta generación es pluralista, sin duda porque es tambien más individualista. Está más informada y a menudo tiene acceso a los medios de comunicación modernos: no está fascinada ni por Irán ni por Arabia Saudi. Los que se manifiestan en Egipto son precisamente los que se manifestaban en Irán contra Ahmadinejad. Quizá son creyentes pero separan esto de sus reivindicaciones políticas: en este sentido el movimiento es “secular” ya que separa política y religión. La práctica religiosa se ha individualizado.

(...) La democracia que se demanda hoy no es un producto de importación, a diferencia de la promovida por Bush en 2003, que no era aceptable porque no tenía ninguna legitimidad política y estaba asociada a una intervención militar. Paradójicamente, el debilitamiento de los Estados Unidos en Oriente Medio y el pragmatismo de la administración Obama han hecho posible que una demanda autóctona de democracia se exprese con plena legitimidad.

Dicho esto, una revuelta no hace una revolución. El movimiento no tiene líderes, ni partidos políticos, ni estructura, lo que es coherente con su naturaleza pero plantea el problema de la institucionalización de la democracia. Es poco probable que la desaparición de la dictadura conlleve necesariamente el establecimiento de una democracia liberal (...). En los países árabes, el paisaje político es complejo, aún más si cabe por el hecho de haber sido ocultado por la dictadura.

(...) ¿Los islamistas? No han desaparecido pero han cambiado. Los más radicales han abandonado la escena para marcharse a la jihad internacional, y ya no están aquí: están en el desierto con Al-Qaida en el Maghreb islámico, en Pakistan o en los suburbios de Londres. No tienen base social o política. La jihad internacional está completamente desconectada de los movimientos sociales y de las luchas nacionales.

Otra ilusión óptica es asociar la re-islamización masiva que aparentemente han atravesado las sociedades del mundo árabe durante los últimos 30 años con una radicalización política. Si las sociedades árabes son más visiblemente islámicas que hace 30 o 40 años ¿cómo se explica la ausencia de eslóganes islámicos en las manifestaciones actuales? Es la paradoja de la islamización: ha despolitizado ampliamente el Islam. La re-islamización social y cultural (el uso del velo, el número de mezquitas, la multiplicación de los predicadores, las cadenas de televisión religiosas) se ha hecho al margen de los militantes islamistas y ha abierto un mercado religioso sobre el que ya nadie posee el monopolio; además, está en concordancia con la nueva inquietud religiosa de los jóvenes, que es individualista pero tambien cambiante. Es decir, los islamistas han perdido el monopolio del discurso religioso en el espacio público que tenían en los años 80.

Por un lado, las dictaduras en general (pero no en Túnez) han favorecido un islam conservador, visible pero poco político, obsesionado por el control de las tradiciones. (...) Por muy paradójico que pueda parecer, la re-islamización ha implicado una banalización y una despolitización de los referentes religiosos: cuando todo es religioso, nada es religioso. Lo que en Occidente se ha percibido como una gran ola verde de islamización no corresponde en definitiva más que una banalización: todo se vuelve islámico, desde el fast-food hasta la moda femenina.

(...) Otro error es concebir las dictaduras como defensoras del secularismo contra el fanatismo religioso. Los regímenes autoritarios no han secularizado las sociedades, al contrario, excepto en Túnez, se han acomodado con una re-islamización de tipo neofundamentalista, donde se habla de poner en marcha la Sharia sin preguntarse por la naturaleza del Estado. En todas partes, las ulemas [escuelas de teología] y las instituciones religiosas oficiales han sido domesticadas por el Estado, replegándose en un conservadurismo teológico timorato. Hasta tal punto que los clérigos tradicionales, formados en Al-Azhar [la universidad de teología más prestigiosa del islam], ya no están implicados, ni en la cuestión política, ni en los grandes retos a los que se enfrenta la sociedad.

Esta evolución afecta también a los movimientos políticos islamistas, influenciados por los Hermanos Musulmanes y sus epígonos (...). Los Hermanos Musulmanes han cambiado mucho. (...) Han comprendido que querer tomar el poder tras una revolución conduce a la guerra civil o a la dictadura. También han aprendido las lecciones del modelo turco: Erdogan y el partido AKP han podido conciliar democracia, victoria electoral, desarrollo económico, independencia nacional y promoción de valores, si no islámicos, al menos de “autenticidad”. Pero sobre todo, los Hermanos Musulmanes ya no son portadores de otro modelo económico o social. El aburguesamiento de los islamistas es un factor favorable para la democracia: el hecho de no poder jugar la carta de la revolución islámica los empuja a la conciliación, al compromiso y a la alianza con otras fuerzas políticas. Hoy la cuestión no es saber si las dictaduras son o no la mejor defensa contra el islamismo. Los islamistas se han convertido en actores del juego democrático.(...)

Una cosa está clara: ya no estamos en la excepcionalidad árabo-musulmana. Los acontecimientos actuales reflejan una transformación profunda en las sociedades del mundo árabe. Estas transformaciones estaban en marcha desde hace tiempo, pero ocultas tras los tenaces clichés con que Occidente mira a Oriente Medio.

* He conservado literalmente expresiones muy francesas, como por ejemplo “Maghreb” o “mundo árabe”, que arrastran todas las connotaciones de la mirada colonial, pero precisamente por ello me parece necesario mantenerlas. También hay que tener en cuenta la historia colonial de Francia para entender que, aunque a veces se haga referencia a Irán, Turquía o Pakistán, el marco de reflexión de este texto son los países de cultura árabe del norte de África y Oriente Medio.

El cartel de la foto es del documental "Neukölln Unlimited", dirigido por Agostino Imondi y Dietmar Ratsch.